martes, 5 de enero de 2010

Mi Mundo Bipolar. . . (O cómo sobrevivo a mi montaña rusa)

Cuando me propusieron hacer este blog, sentí un poco de miedo. Como siempre, empecé a hacerme las típicas preguntas: ¿seré capaz de hacerlo? ¿tendré la capacidad de escribirlo? Después me pareció una linda idea: abrir un espacio para las gentes como yo con trastorno bipolar II y otros trastornos afectivos, y la gente que les rodea.



Me pareció que podía ser útil e incluso acogedor poder crear un lugar especial para todos aquellos que a veces no estamos seguros de encajar en el mundo porque tenemos desbalances químicos y las conexiones neuronales no funcionan adecuadamente. Espero que a lo largo de este espacio podamos compartir, y darle un poco más de sentido a nuestras complicadas existencias.


En aras de comenzar un espacio íntimo de discusión, quiero empezar compartiéndoles esto que me sucedió recientemente, y que ejemplifica un poco lo que yo llamo la vida en mi montaña rusa:


Todo parecía de cabeza, nada tenía sentido. Lo único real era el torrente de lágrimas que no paraba de brotar de mis ojos. ¿Cómo empezó todo? ¿Cómo fue que pasé, en cuestión de segundos, de aquella aparente tranquilidad en que me encontraba a un torbellino de dolor y desconcierto que me envolvió durante horas? ¿Cómo fue que la esperanza surgida después de la última plática con la terapeuta, se transformó en la más absoluta desolación?


Mis recuerdos más tristes se agolpaban en la mente, alimentando la melancolía y la desesperación, que me llevaban a un estado de profunda confusión. Encerrada en el pequeño baño de la recámara, me preguntaba cómo había llegado hasta ahí, de dónde salía tanto dolor, y cómo lo soportaría. Todo alrededor se descomponía y se volvía ajeno. Mis padres, de pronto, se habían vuelto mis enemigos. El lugar en el que yo pensaba pasar el fin de año tranquila me hacía sentir miserable. Otra vez todo daba vueltas sin control, sin sentido. Lo único que quería era salir corriendo y gritar que el mundo se me caía a pedazos.


Y las lágrimas no cesaban…Llorar, llorar y llorar… Llanto que no terminaba, dolor infinito, tristeza implacable. ¿Cuánto puede un ser humano aguantar? Las llamadas a la terapeuta de nada habían servido, yo seguía sintiéndome envuelta en la desesperanza y la angustia. Entonces recordé a mi siquiatra de toda la vida, que me recomendó tomar dos gotas de Rivotril si me sentía muy nerviosa. Eso hice. En cuestión de 45 minutos toda la desesperación y el descontrol habían amainado y el dolor intenso se había diluido. La tristeza no se fue del todo, pero otra vez era yo (bueno, como si realmente supiera quién soy yo), disfrutando tranquilamente un ponche, junto a mi mamá, viendo la tele…


Al día siguiente, las ganas de vivir habían vuelto. Los días previos parecían un lejano recuerdo, ni siquiera parecían reales, casi como si no hubieran sucedido. Por eso a veces mi memoria se confunde y tiene borrada una gran parte de mi vida. Porque la inestabilidad de las emociones no permite afianzar el recuerdo. Como al bajar de una montaña rusa es imposible recordar con precisión cuándo estabas arriba y cuándo estabas abajo, porque todo es tan inesperado que no hay tiempo de procesarlo y de fijarlo en la mente. Y porque mientras estabas ahí, lo único que deseabas era que todo terminara para poder bajarte.


Explicar la vida de las personas como nosotros, las personas con trastornos afectivos, o como yo con trastorno bipolar II, no es fácil. Y no es fácil porque nosotros mismos no entendemos a cabalidad los cambios de humor que experimentamos. Y aunque sabemos que el problema son deficiencias químicas y malas conexiones eléctricas en nuestro cerebro, no comprendemos por qué ciertos estímulos exteriores se traducen, en cuestión de segundos en algunos casos, en euforia absoluta, enojo sin motivo aparente, o inclemente desolación. No entendemos por qué una vez que empieza como remolino, no cesa. Ni cómo del dolor más desgarrador se puede pasar a la serenidad más absoluta.

Es una vida de ascensos y descensos vertiginosos. Una vida en una montaña rusa de emociones que no siempre podemos controlar.